VINO Y LETRAS (V): José Manuel Caballero Bonald
Llega el momento de decir la palabra
y se la deja fluir, se la ayuda
a resbalar entre los labios,
anclada ya en sus límites de tiempo.
La palabra se funda a ella misma, suena
allá en el corazón del que la habla
y trepa poco a poco hasta nacer
y antes es nada y sólo una verdad
la hace constancia de algo irrepetible.
“Memorias de poco tiempo” 1954
Esta entrega de Vino y Letras es un homenaje a José Manuel Caballero Bonald, escritor, fallecido el pasado 9 de mayo. Como escritor de poemas, novelas y memorias, es totalmente reconocido. No hay premio literario en España de prestigio que no hubiera obtenido, culminando con la recepción Premio Cervantes en el año 2012. En artículos y obituarios que circulan por Internet podéis informaros de todo ello.
Lo mencionamos especialmente aquí porque además era un enamorado del vino. Se cuenta que el regalo que mayor ilusión le hizo al ganar el Cervantes fue el de una llave que le daba entrada a una importante bodega de Jerez, a la que podía acceder durante un año, todo cuanto quisiere y acompañado de todo aquél que le pareciere. Enamorado y conocedor. La noticia de su muerte ha acelerado la idea ya prevista de dedicarle una entrega de estas newsletter pues en la estantería de las esperas en la biblioteca estaba su BREVIARIO DEL VINO, que publicó el editor José Esteban en Madrid en el año 1980, dedicado a “A mis compañeros de promoción literaria, que han bebido lo suyo”. (Promoción que es la conocida como la de los poetas del 50 del pasado siglo).
Noticias publicadas ahora nos llevan a enterarnos que ese librito conoció diversas ediciones posteriores hasta la última, que es primera en Seix Barral en octubre de 2006, notablemente mejorada en cuanto a estética. En cuanto a contenido se limita fundamentalmente a una actualización de las cifras, y al añadido de un bonito capítulo sobre (III) “Los vinos españoles según los viajeros europeos”. Los otros capítulos tratan de: (I) “De la mitología a la historia”, (II) “La memoria bíblica del vino”, (IV) “De la viña a la botella”, (V) “Usos y consumos”, terminando con un “Breve vocabulario vinícola”.
“Empecemos –como hace el capítulo I– por el principio, es decir por la leyenda, que no siempre es una versión desfigurada de la historia. Incluso suponiendo que lo sea, resulta especialmente tentador atribuirle a la biografía del vino la misma antigüedad que a la biografía del hombre”. Y resulta especialmente estimulante sentirse parte de esa historia. De haceros conscientes de ello es de lo que se trata aquí.
A continuación ese capítulo expone cómo se desarrolla esa fusión de mito y realidad en las diversas historias: de sumerios y arios, de chinos y egipcios, de pueblos semitas, de persas y parientes cercanos, de griegos y romanos, íberos, precuelas y secuelas, árabes y cristianos, y dentro de éstos en especial naturalmente los monjes…
El capítulo II acoge la memoria bíblica del vino. Desde el Génesis que contempla su nacimiento (y efectos) en el mundo nuevo, recién lavado, gracias a Noé, el único justo de su generación que mereció ser salvado del diluvio universal, hasta su consagración, literal, en la última cena del Nuevo Testamento. Pasando por su significación para un pueblo que cifra en la falta de “higueras” y de “vides” el mayor de los pesares en su peregrinaje a la tierra prometida (Números), y singularmente por el milagro de las Bodas de Caná, la transformación de agua en vino, que nos ilustra acerca de la importancia del vino en la sociedad ya asentada. (Perdonadme que interrumpa la lectura para recomendaros que busquéis en Youtube un video que explica con delicia por boca de una niña tal milagro. Esta niña ha manifestado que ese es el pasaje de la Biblia que más le gusta, y el telepredicador (pues se trata de esto) tras poner cara de asombro e iniciar su pedagogía estomagante, presiona a la pequeña inquiriéndole sobre qué enseñanza obtiene de tal historia, y es ella quien nos da la lección: “Que si te quedas sin vino ya te puedes poner a rezar”).
El capítulo III nos da cuenta de la opinión que los vinos españoles han merecido a los viajeros europeos, empezando nada menos que por el cumplido elogio del jerez que puso Shakespeare en boca de Falstaff (en Enrique IV, 2ª parte, 1600), por el que no cabe sino sentir una envidia sana aquí desde la tierra del Rioja, que pasa prácticamente desapercibida para los cronistas extranjeros que visitaron la península llamados primero por el Imperio, después por la voluntad de ilustración, y más tarde por la iluminación del romanticismo. Hoy “todas esas experiencias viajeras tienen ya decididamente un marcado regusto prehistórico”, pero sin duda alguna que las referencias y citas animan nuestro recorrido vitivinícola y nuestra voluntad de ampliar su ámbito.
El vino propiamente dicho inicia su andadura en el capítulo IV hasta terminar cumplidamente con la botella. El camino nos lleva de “la tierra y la cepa” –con algo también del “ambiente” que proporcionan los “microrganismos” y el “clima”-, pasando por “la vendimia” -en el momento idóneo de azúcar y acidez-, por la “obtención del mosto” mediante pisa o estrujado, por la “vinificación” –esto es, transformación de la glucosa en alcohol-, por la “selección y corrección de los mostos” con labores como “bazuqueo”, “remontado”, “trasiego”, “sulfuración”, “aireación” o “refrigeración”, hasta que efectuado el “descube” el vino to be pasa a las barricas de “crianza”, en estas permanece para su “envejecimiento y conservación”, mediando constantes “análisis” y acaso debidas “rectificaciones” –con especial referencia como es natural al sistema jerezano de “soleras” o “criaderas”-, hasta culminar en la “botella”, pero no acabar así su vida, que sigue evolucionando dentro de ella. En cuanto a esta evolución concluye el debate sobre su duración, así como el capítulo, observando que “ante lo incierto de la cuestión, tal vez sea preferible optar por beberse un vino antes de que pueda dejar de serlo. La paciencia de la vista es una cosa y la oportunidad del gusto otra. Una bodega privada selectamente abastecida siempre es un apetecible tesoro, aunque en ningún caso debe pensarse que puede ser heredada de padres a hijos”.
Pongamos pues manos a la obra y a ello nos ayuda el capítulo V “Usos y consumos”, en el que nos habla de cuándo, dónde, cómo, en qué y con qué disfrutar de una bebida que, antes que “espiritosa, es un nutritivo estimulante de la fisiología humana”.
Dos son las cosas que como apretada conclusión me ha transmitido la lectura de este breviario. El placer la lectura, dotado como está el autor del don de la palabra. La satisfacción de formar parte de la historia del vino que, según se ha querido resumir en él: “coincide prácticamente con la historia de la humanidad durante estos últimos diez mil años. La vid y la civilización han convivido inseparablemente, intercambiándose sin cesar sus respectivas virtudes en un estimulante pacto de ayuda mutua.
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