VINO Y LETRAS (XV): Tras las Viñas VII
ELISABETTA FORADORI. Azienda Agrícola Foradori. Mezzolombardo, Trentino Italia. “En el nombre del padre”.
La palabra “Dolomitas” tiene para todos los que aman la naturaleza y la montaña –no digamos ya para los ciclistas- resonancias míticas. Sistema montañoso del que forman parte singulares torres rocosas llamadas como su todo, situado en el Norte de Italia, frontera y comunión con Austria, a cuya forma imperial ha pertenecido intermitentemente. Patrimonio de la Humanidad declarado en 2009. Se desarrolla en los territorios llamados: Trentino-Alto Adigio, Véneto y Friuli-Venezia Giulia..
A este espacio de maravillas nos conduce Elisabetta Foradori. Y dentro de él a dos zonas concretas que podemos localizar por medio de los pueblos más conocidos de Mezzolombardo y Cognola.
La primera zona, al norte de Trento y sur del Tirol, es un valle arquetípico de la región al venir cerrado por un circo de montañas de piedra desnuda que lo rodean. Es el Campo Rotaliano (o la Piana Rotaliana), valle de unas cuatrocientas hectáreas, formado por los cauces de los ríos Noce y Adigio abiertos trabajosamente entre las verticales paredes. En él la Azienda Foradori elabora vinos con la variedad característica de la zona que es la teraldego, y con pinot grigio.
La segunda, al este de Trento, es una Villa, vale decir una residencia palaciega campestre, de principios del siglo diecinueve: Fontanasanta, llanada así por cosa del río Salùga (esto es, Santa Agua). En su tierra de rocas blancas, arcillosas y calcáreas, Elisabetta plantó en 2007 las variedades manzoni y nosiola, perfectas para sus vinos blancos.
Esta última es elaborada mediante maceración conjunta del mosto con las pieles de las uvas durante nueve meses en tinajas de barro: “la arcilla conecta las energías de la tierra y el cielo… El barro permite obtener los máximos matices posibles del vino.”… “La tinaja es una muestra de la complementariedad de los cuatro elementos. La tierra se convierte en polvo fino, el aire seca las capas de arcilla, el agua permite que la arcilla sea moldeable y el fuego cuece y endurece con la mano del hombre acompañando cada gesto.” Esta mano es la de Juan Padilla uno de los poquísimos alfareros que quedan capaces de este trabajo. Ya hemos visto páginas atrás su también difícil pervivencia en Miravet (Tarragona); en este caso proceden del poblón manchego de Villarrobledo (Albacete, España).
Recuerdo haber visto muchas de esas tinajas, o sus pedazos, abandonadas por los campos de Villarrobledo, donde la familia política de mi mujer tenía casa y bodega, y donde pasé yo muchos buenos días y mi mujer casi todos los veranos de su niñez. Recuerdo también las grandes tinajas erguidas, alineadas en esa bodega. No eran de tipo ánfora, sino que tenían el fondo plano de modo que se podían sostener de pie, ayudadas por un andamio de tablones a la altura de las bocas, que permitía además el ir de una a otra y maniobrar en su interior. Mi mujer tiene otros recuerdos más vívidos: las botas de agua que les compraron para ayudar al pisado de las uvas, la historia del hermano del tío que cayó a una de las tinajas y murió al ser rescatado en el mismo instante en que su respiración pasó la franja donde se acumulaba el anhídrido carbónico… Hoy todos esos recuerdos, casa y bodega son polvo, la última sepultada bajo un montón de deudas. ¡Loor a los heroicos vinateros y a los tinajeros que dan forma y vida a los cuatro elementos con sus manos!
Buscando en internet referencias con las que adornar el comentario topé inmediatamente con su página web: www.agricolaforadori.com. Una primera vista de esta transmite la misma primera impresión que Elisabetta causó a nuestros autores: “pasión por lo auténtico, la estética y la calidad”. Permite después observar cómo hoy su papel es el de “constante apoyo” de los hijos Emilio, Theo y Myrtha a cuyo cargo está la Azienda. Ya había adelantado en nuestro libro que pensaba en un cambio, otras cosas relacionadas con la tierra y la agricultura:
“La vida, como el vino, si es verdadera supone una continua transformación”.
Lo que es seguro es que esa nueva vida será siempre y en todo caso biodinámica. La biodinámica en ella no es solo una forma de pensar y de trabajar, es su forma de estar en el universo:
“La planta no es solo materia; el mundo vegetal, el mundo animal y el ser humano está conectados a una energía que recae sobre lo material pero proviene del cosmos, algo que la ciencia niega”.
El cultivo “en” biodinámico de las viñas, como expresión peculiar y voluntad militante de la conciencia ecológica en la vini/viticultura, es objeto de muchas apreciaciones en distintas partes del libro, pero quizás en ninguna de manera tan rotunda como en el presente caso. Encontramos referencias a la “antroposofía” de Rudolf Steiner, a la práctica vinícola y literaria de Nicolas Joly, a la inteligencia relacional y profundamente radicular de las plantas percibida por Stefano Mancuso…
“La ciencia es muy importante, pero no podemos ser solo ciencia, hay en el ser humano una parte espiritual que no se debe ignorar”
Compartimos la idea de que el fundamentalismo puede ser tan dañino en religión, como en ciencia. No debería calificarse de superchería todo aquello que hoy por hoy la ciencia no puede explicar. Nos gustaría volver en estas cartas sobre la cuestión, atendiendo a aquellos maestros. De momento acabemos como hacen los autores su capítulo: “El ejemplo de Elisabetta y su manifiesto han sembrado en nosotros semillas de responsabilidad, de conciencia ecológica y de compromiso con la tierra”.
En nuestro caso además hemos encontrado en ella la traducción italiana de Laventura que nosotros también hemos emprendido. “Chi non risica non rosica”, equivale a nuestro “Quien no se aventura no ha ventura”.
JOHN WURDEMAN. Pheasant´s Tears, Kajetia (Georgia). “Georgia, el terruño de Dios”
Llegamos a la última etapa de nuestro viaje. Al último personaje. Empezamos en la tecnoemoción de California y concluimos en la emoción visceral, y primigenia de Georgia (nación, no aquélla que tenía on his mind Ray Charles). Vuelta a los orígenes, a la Madre tierra. Era naturalmente inevitable y recordamos los diversos pasajes del libro como pasos en Laventura de desandar hacia el principio esencial.
Georgia se encuentra en esa región indefinida donde Europa y Asia hacen coupage.
Dicen los italianos, al menos lo leí de uno de ellos, que Dios creó el país más hermoso de la Tierra en Italia, y que para compensar tamaña belleza creó a los italianos. Los georgianos dicen, al menos lo leí en este libro, que ellos llegaron tarde al reparto del mundo recién creado porque se habían entretenido demasiado libando vino en honor de Dios creador, de modo que cuando se presentaron estaba todo asignado. Entonces Dios, al enterarse de la razón de su tardanza, les encomendó el trozo de tierra que se había reservado para Sí mismo.
También puede tratarse de astucia. La astucia que da la experiencia de lo vivido, y esta sin duda que les sobra. John Wurdeman nos cuenta que un día, sin demasiados preámbulos, un paisano georgiano desconocido le ofreció el regalo de unas viñas y de la enseñanza de hacer vino. Atónito rechazó el regalo con pinta de troyano, hasta que apreció que se trataba más bien de un trueque. El paisano le estaba pidiendo que a cambio él, que era un hombre de mundo, debía extender las maravillas del vino georgiano por todo su ámbito. Sin duda alguna pues que el regalo nos lo hizo a todos nosotros.
Este John Wurdeman es nuestro último viñador. En una de las fotos que recoge el libro le sobra la camiseta para ser un aislado superviviente de un naufragio remoto, en otras le sobra igualmente para ser un hípster de barba arreglada, trendy y postmoderno. Leo impreso en una de ellas: “You gotta fight for your wine” y sigo escribiendo más entonado.
Este virginiano de película apareció un buen día por Georgia en pos del canto georgiano que el azar había puesto en sus manos adolescentes. Un ejemplar de una edición de 300 CD editados en Alemania, dedicados a tal canto, recaló por misteriosas razones allá en Richmond donde él se criaba, y para más azar en la tienda donde él los adquiría. Seguramente ya no fue el azar sino el canto de las sirenas el que le condujo a su destino de ser algo así como el revelador del vino natural.
“Disfrutad de un canto georgiano desde la mismísima bodega. Lástima que el placer y la alabanza haya que imaginarlos en la letra.
https://www.youtube.com/watch?v=ciH7a_1k3Bk
Veamos cómo este se elabora siguiendo a nuestro libro:
“Cada campesino georgiano sigue la tradición vitivinícola manteniendo variedades de vid autóctona (520 se citan), así como una bodega en casa para la conservación y fermentación del vino llamado <marani>
“En otoño, los agricultores introducen la uva pisada en <kvevris>, unas tinajas de barro de forma conoidal que pueden llegar a tener una capacidad de hasta tres mil litros. Todas ellas están enterradas hasta el borde en el suelo arcilloso de esta región, de manera que las numerosas venas de agua subterránea las enfrían aún más.
El vino fermenta y macera allí hasta primavera. Entonces el caldo se extrae y se traslada a otros <kvevris>, que previamente se han limpiado con ramas de pino, y que se cierran con una tapa de madera. Después se sellan con barro. Aún dormita el vino en la tierra fresca de la bodega oscura. Algunas familias poseen <kvevris> de más de cincuenta años.
“Cuando se destapa semejante tesoro, empieza el ritual…”
John Wurdeman elude el protagonismo aunque este naturalmente exista:
Si la mano del hombre no interviene, deja más espacio a la naturaleza.”
Lo que la naturaleza aporta al vino es vida, de modo que cuanta más vida haya en la viña más rico será el vino. Pero el terruño aporta también la vida espiritual, lo intangible: “el conocimiento colectivo de su existencia, la experiencia colectiva de un sitio, las lágrimas, la risa el amor y el miedo.”
Nos recuerda a alguien tan alejado como Scruton quien, como ya sabemos, percibía en el “terroir” del borgoña a Juana de Arco o la Catedral de Nôtre Dame. Quizás no estén tan alejados: la espiritualidad está tanto en la manera de elaborar, como en la de beber el vino: “para tener un vino espiritual, primero debe existir una cultura espiritual”. La cultura es siempre producto del ser humano, es su forma de redención.
Concluye aquí nuestro recorrido por el libro. Nuestra recensión de sus más de 380 páginas ha sido naturalmente breve. Confío en que haya servido para animar a su lectura. De ser así, lo concluiréis como nosotros con la misma emoción con la que lo concluye Inma Puig en su epílogo:
“Si les ocurre como a mí, a partir de ahora no solo apreciarán los sabores, sino que también podrán intuir las emociones. Hay una historia reposando en el interior de cada botella, y necesita ser degustada para que pueda ser contada.”
Perdónesenos por tanto la vanidad de sentir al redactar estas cartas que formamos parte de esa historia en una manera infinitesimalmente mínima, aunque no menos auténtica, así como el atrevimiento de añadir al libro una coda dedicada al viñador que está “tras nuestras viñas”: Bryan MacRobert. Creemos que sus palabras pueden estar a la misma altura, aunque será el tiempo que lo juzgue. Naturalmente ello debe ser objeto de otro capítulo.
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