DIARIO LÍQUIDO. El vino, el amor y todo lo demás TERROARISTA
Nuestra entrega de hoy es un libro publicado en 2018 (2ª edición, EYE Editorial) titulado DIARIO LÍQUIDO. EL VINO, EL AMOR Y TODO LO DEMÁS, y lo suscribe TERROARISTA. La solapa nos explica inmediatamente que Terroarista es un blog y que el nombre quiere significar “defensor de la tierra”.
El blog de Terroarista es seguido por gran número de aficionados al vino: www.terroarista.com Se recomienda por sí solo. Aquí lo debemos hacer especialmente, ya que en este caso el libro no parece ahora fácil de encontrar.
Se encabeza el blog con un decálogo, cuyo punto de partida es: TERROARISTA: Persona que: 1. Acepta como máximo distintivo de calidad de un vino la expresión del terroir. La atípica naturaleza dentro de la tierra del Rioja de MacRobert and Canals queda justificada también por medio de un decálogo, cuyo punto final dice: Porque no somos terroiristes ni mercadotécnicos, somos humanistas; en el vino una gran parte depende de la actitud de la persona que lo elabora y de los instrumentos de que se sirve.
No hay contradicción. Sin mano del hombre no hay vino en la tierra. La descuidada afirmación de que esa mano siempre perjudica a la naturaleza es una forma de negacionismo, siquiera sea vacunatorio. Dios nos libre de todo fundamentalismo, incluido el de sus seguidores. Y de polarizaciones interesadas. Tanto del sesgo: o eres natural o eres comercial, como de su contrario: el defecto es intrínseco al vino natural. El vino es siempre un artificio. Su equilibrio y bondad está en el hombre que ama a la naturaleza y la defiende.
Hablemos del libro, aunque ya dije que debemos seguir al bloguero. Su recensión es obligada, como lo es la de todo libro leído con ánimo de mejorar nuestro conocimiento del vino, o las historias que contar en su torno. Cuanto menos como forma anticipada de redención para el caso en que nos atribuyamos como idea propia cualquier reflexión o consideración en alguno de ellos leída, sin que recordemos ya quién fue el que contribuyó a que la hiciéramos nuestra.
El libro nos cuenta un viaje de peregrinación que Terroarista emprende por Italia con una amiga, An, también anónima; ella andando, él en bicicleta. Transcurre por parte de la vía Francígena. La parte italiana que va de Gran San Bernardo (¡ojo! cerrado en invierno) en la cima de los Dolomitas hasta Siena en el corazón de la Toscana. (Tiene una coda sin peregrinación en Roma Città Aperta).
La Vía Francígena guía a los peregrinos que se dirigen desde la Catedral de Canterbury a la Catedral de San Pedro. Aunque, como en todo peregrinaje, la partida debe hacerse desde el punto más próximo al hogar. Su recorrido inicial de 1.760 kilómetros fue establecido en el año 990 por Sigerico -arzobispo de la primera, conocido como “el Serio”, a no confundir con nuestro rey visigodo- en el año 990, adquiriendo en algún momento el nombre de Vía Francígena, con el que hoy es conocido. Si bien nuestro guía limita su recorrido a la parte italiana que va desde el Gran San Bernardo –cima de los Dolomitas- a Siena. La pretensión que le anima no es el ecumenismo, sino la no menos religiosa, monjes mediante, de demostrar que todas las rutas de peregrinación son caminos de vino. Y a fe que da buena prueba de ello. La página web que se ofrece como oficial es: https://www.viefrancigene.org También se puede consultar la de la Asociación en España en: https://francigenavia.wordpress.com
Hoy la peregrinación une dos fes cristianas que no se las han tenido pacíficas a lo largo de la historia, de modo que puede tener mucho mayor sentido religioso. Sin embargo, no es este el que anima a nuestro protagonista, quien confiesa que emprende el camino con el objetivo de demostrar que todas las rutas de peregrinación son en realidad caminos de vino. Fueron sin embargo monjes quienes le dan la razón. Que él se encarga de corroborar mediante sucesivas libaciones de las que va dando buena cuenta, si bien poco a poco el viaje se va convirtiendo en una epifanía, en una revelación que implica un cambio vital. Como dice Paco Berciano en el prólogo, la “road movie” va cambiando a “wine movie”; después camino y vino se diluyen y queda la historia.
Todos los caminos que se andan son iniciáticos. Algunos de ellos van incluso más allá y son verdaderas epifanías. El de Belén emprendido por los tres reyes magos, u hombres sabios, es el que da título a la saga. Se incorpora poco después el de Damasco donde Saúl vio la luz que le hizo caerse del caballo, y de sus principios. Más tarde el de Santiago de Compostela, y también cualquiera de los “romeos” que conducen a Roma, según el cantar que recoge A. Machado.
“Romero para ir a Roma,
Lo que importa es caminar;
A Roma por todas partes,
Por todas partes se va”
Como en el caso es la Vía Francígena. Hay también otros más interiores: el machadiano que se hace al andar, el teresiano camino de perfección, o el quijotesco desfacedor de entuertos.
Ahora bien, en ningún caso las epifanías son exportables. Solo se manifiestan en quien las experimenta. Por más cuidada, precisa y sentida que sea su narración nunca operará cambio alguno en el lector, por más conmovido que éste pueda quedar. Así que dejemos la historia del terroarista en su intimidad, para quien confesadamente la escribió, y entretengámonos en lo que nos aporta físicamente sobre el viaje en sí, singularmente sobre los vinos que aquí nos convocan.
En cuanto a las circunstancias físicas generales, afortunadamente tampoco los padecimientos de los peregrinos, sean pedestres o ciclistas, son trasladables, de modo que tampoco entraremos en ellos, aunque aquí sí, la experiencia ajena que leemos puede servirnos de guía. Lo que realmente nos interesa es la descripción de lo que se ve y de lo que se bebe. Respecto de ambas cosas nos quedamos con sed. Bien mirada esta frustración esconde un elogio a regañadientes.
Muchas cosas nos cuenta sobre lo que ve –carreteras, caminos, senderos, ciudades, pueblos, montañas, paisajes, monumentos, albergues…-. Etapas del viaje que tienen nombres de italiana, vale decir mítica, belleza: Aosta, Ivrea, Vercelli, Pavía, el Po, Piacenza, Findenza, Lucca, Pietrasanta, San Miniato, San Gimignano, Siena!…
Regiones que añaden a su vez la mítica de sus vinos: Piemonte, Emilia-Romagna, Toscana… Sobre estos, los que se encuentra, o se podría encontrar, se explaya. Si nos deja sedientos, es porque nos encomienda también la búsqueda, el descubrimiento. El camino ya lo conocemos de cuando hablamos del maridaje: prueba/error. El riesgo siempre es recompensado, aunque a veces no lo sea por el vino. Hay que rechazar la comodidad de la costumbre y el empobrecedor consejo del algoritmo.
Intercaladas entre las distintas etapas del trayecto se encuentran consideraciones escolásticas sobre la materia. Esparcidas aquí y allá entre las 381 páginas que componen el libro encontramos una treintena de interrupciones en el viaje para darnos un repaso enológico. Las lecciones duran menos de media docena de páginas, sin ninguna pretensión de ser magistrales, sino la de ayudarnos a formar nuestro propio criterio. Independiente, vale decir honesto. Las materias abarcan casi todo el temario: historia, miedos versus reglas, elección y pistas, denominaciones y su complejidad, variedades vitícolas, añadas, bodegas y hacedores, temperatura, gurús y otros animales (homenaje a Durrel, el naturalista), prescriptores y consejos, elaboración y vinificaciones general y especiales, la edad, las barricas, el cuidado de la tierra…
Recuerdo singularmente algunas de las clases. Por ejemplo, aquella en que ubica en su lugar adecuado (de méritos y deméritos) tanto a Robert Parker, como a Alice Ferney, (quien no se corta un pelo en pregonar que ha salvado al mundo del primero). O aquella otra en que rechaza los vinos abducidos ya por el sistema, se definan o no como naturales, (¡abajo el pensamiento único!; “Algunos vinos son capaces de generar emociones, de excitarte, de hacerte sentir. Si la emoción es sorprendente y profunda, se graba en tu memoria y te hace feliz. No importa el origen, o la crianza o donde ha realizado la fermentación o el color o el precio… ”). O la que dedica a los padres de la biodinámica Steiner y Joly: es el amor demostrado al viñedo, al margen de esotéricas prácticas de fe, lo que resultará medible en los resultados.
El proyecto Francígena puede ser sin duda un buen proyecto, de vida y vinos.
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