Julio Camba: «La casa de Lúculo»

Continuando con los escritores que han escrito sobre vino nos detenemos ahora en un articulista, de quien se ha dicho que ha sido el periodista español mejor pagado de todos los tiempos.

Se trata de Julio Camba (1884-1962). Gallego ejerciente, aunque no en exclusiva, vivió intensamente sus contradicciones. Expulsado casi en su adolescencia de Argentina, a la que había llegado de polizón, por propagar ideas anarquistas, pasó sus últimos cuarenta años en Madrid alojado en el Hotel Palace a costa, se dice, de March el “banquero de Franco”. Al tiempo trabajó para diversos periódicos, singularmente el declaradamente monárquico ABC, lo que le valió ser ninguneado por la República y puede explicar su posterior vocación antirrepublicana.

El día 31 de mayo de 1906 pudo ser una fecha de epifanía. Hubiera debido asistir como periodista acreditado a la boda del rey Alfonso XIII. Por alguna razón desconocida cedió la acreditación a un compañero anarquista, Mateo Morral, quien, como se sabe, arrojó una bomba al paso de la comitiva real, que causó la muerte de veinticinco personas, entre las que no se encontraba el rey. Camba conservó siempre su espíritu ácrata e independiente, pero sospecho que dentro de un orden a partir de ese momento.

Gracias a la prensa viaja por diversas ciudades y países  –Turquía brevemente en primer lugar, luego París, Londres, Berlín, Italia, más adelante Nueva York (“La ciudad automática¨), Sobre ellos -singularmente sus ciudadanos comparados siempre con los españoles-, escribió gran número de artículos en los que hace gala de agudo sentido crítico y agudeza de humor. Solía pedir disculpas por su extensión, alegando que no había tenido tiempo para hacerlos más cortos.

Entre ellos destacan los que dedicó a la comida (y a la manera de comer), que reunió después en un libro: “La casa de Lúculo o El Arte de Comer” que es del que vamos a ocuparnos en esta entrega. Publicado en la inigualable colección Austral de Espasa Calpe el día 30-XII-1937, manejo la sexta edición de 1961. César González Ruano dejó escrito: “Aparte de comer bien, a Julio Camba no le interesaba nada”.

(Incidentalmente dejadme añadir que Lucio Licinio Lúculo fue un patricio y militar romano que tras participar activamente en las guerras  del Ponto contra Mitridiates, se hizo construir en Roma una mansión en el Poncio –parte de cuyos jardines formaron después parte de los de la Villa Borghese-, para disfrutar de una vida regalada por la inmensa fortuna conseguida. Famosas eran sus fastuosas cenas, a las que cuando no contaba con ningún otro comensal se invitaba a sí mismo: “Lúculo cena en casa de Lúculo”, para que en ningún caso se rebajara el nivel gastronómico.)

En este libro aparece un Capítulo dedicado a los vinos y ya iba siendo hora de que entráramos en materia. Nuestra decepción puede ser grande, ya que prácticamente se reduce a un “curso de náutica enotécnica para orientarse sin temor de mareo ante una carta de vinos franceses”.

De nuevo anda en comparaciones con España, de la que dice: “probablemente se podrían obtener muy buenos vinos pero lo primero sería que quisiéramos obtenerlos y  que, en vez de aspirar a recoger cada año en tal o cual parte cien hectolitros de venta segura, nos resignásemos a recoger tan sólo, cada seis o siete años veinticinco hectolitros de venta problemática. Los vinateros se niegan a hacer la experiencia, so pretexto de que el público carece de paladar y, naturalmente, como el público carecerá de paladar mientras los vinateros se nieguen a hacer la experiencia, yo me imagino que esto continuará así por los siglos de los siglos.” Aunque precisa: “Huelga advertir que nada de lo dicho se refiere a los llamados vinos de mesa, y que nuestros vinos generosos, únicos en el mundo, quedan completamente al margen de este estudio.”

Queda pues en duda su consideración sobre los vinos con denominación de origen, concretamente los finos de Rioja que estrenaron D.O. en 1925. No estoy en condiciones de precisar cuándo fue escrito este apartado de vinos que se incluye en el libro que comento. En todo caso, afortunadamente su imaginación le falló estrepitosamente.

Amén de esa relación de vinos franceses, hoy mera historia, nos da reglas o preceptos de consumo también superados, Así singularmente la imposición de servir los vinos tintos “chambrés”, sin importar que “se esté en el mes de agosto y que haga una temperatura de treinta y cinco grados”. Y sin reparar que el “chambré” de las casas francesas por muchos siglos no subió de los dieciocho grados de media.

Repele el uso de los “vasos tallados y policromados” y los reclama “grande, lisos y transparentes”. En un solo párrafo utiliza por seis veces la palabra “vaso” y en ningún momento se refiere a “copas”, lo que transmite sensación de bastedad, aunque debo reconocer que por mor del friegaplatos yo también uso en el hogar vasos, lo más similares posibles al receptáculo de la copa sin el tallo tan frágil. Debe simplemente observarse cuidado de las manos al cogerlo para evitar que los dedos entorpezcan el color del vino, o alteren su aroma por exceso de jabón o de suciedad.

Respecto de la cata se muestra espiritual: “La prueba de los vinos exige del catador un esfuerzo de concentración sólo comparable al que podría realizar un Yogui, y he aquí por dónde los buenos bebedores se identifican a los ascetas”. Respecto del maridaje cae en los comunes tópicos a los que nos referimos en su momento al hablar de qué vino con este pato. No obstante expresar su fundamento con frase relevante: “¿Qué razón hay para no tomar, por ejemplo, vino tinto con el lenguado o vino blanco con la perdiz? Pues, sencillamente, la misma razón que existe para no tomar la perdiz con salsa de tomate o el lenguado con confitura de fresas. La misma y no otra ninguna”. Lo que resulta definitivo en esta frase, entiendo, es la consideración del vino como alimento, y por tanto que a tal naturaleza debe atemperarse su consumo.

Termino con uno de sus consejos para el perfecto invitado. Con él, estéis en una situación u otra, podréis ir amortizando el costo de esta lectura:

“Cuando en el restaurante le pase a usted el anfitrión la lista de vinos con el designio evidente de que elija el más barato, elija usted el más caro. Así los anfitriones irán aprendiendo a elegir por sí mismos unos vinos pasables”.

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