VINO Y LETRAS (IX): Tras las Viñas III
Continuamos nuestro viaje tras las viñas. El libro de Josep Roca e Inma Puig. Dos nuevos capítulos para tres grandes enólogos y viticultores -qué escaso e impreciso resulta el castellano para definir su labor-. Los primeros nos tocan muy de cerca. Como siempre lo que aquí se alcanza a contar es una mínima y pálida expresión de lo que el libro ofrece.
ÁLVARO PALACIOS & RICARDO PÉREZ PALACIOS Bodegas Álvaro Palacios (Priorat), Descendientes de J. Palacios (Bierzo), Bodegas Palacios Remondo (La Rioja). España. “El misterio del vino”.
Esta vez son dos las regiones de España las visitadas. Priorato y Bierzo.
También se menciona una bodega en la tierra del Rioja, pero no hay aquí visita a las viñas, de modo la referencia a esta región deberá quedar en estas cartas para más adelante.
Respecto del Priorato no puedo evitar empezar enlazando con mis recuerdos. Lejanamente, allá a principios de los ochenta del pasado siglo debí viajar semanalmente durante unos cuantos meses a Falset, por razones de trabajo absolutamente alejadas del mundo vitivinícola (lo que razonablemente debió repercutir en mi mirada). Iba por el interior desde Tarragona pasando por Reus.
Aquello era un sinfín de curvas, de lomas que se sucedían hasta donde alcanzaba la vista, cuya belleza escondida se adivinaba, se intuía, pero nunca tuve tiempo de demorarme en ella. Muchos años después, pero años antes de que Laventura existiera siquiera como posibilidad, fui a encontrarme allí con Bryan MacRobert; debió ser en el año 2010 ó 2011. Y allí me lo encontré en una bodega de pueblo del pueblo. Se trataba de “Terroir al limit”, nombre que entonces me causaba perplejidad. La primera vez que le vi estaba remontando el mosto en un depósito, portátil pero grande, bajo y ancho, con manos y brazos introducidos en la pasta hasta muy por encima de los codos, abrazándolo y agitándolo a la vez.
Habían preparado (él y mi hija, causante de todo el revuelo sucesivo) una excursión de modo que allá que nos fuimos montados en un todo terreno, monte arriba monte abajo, sendas al borde de la desaparición, revueltas sin fin, hasta alcanzar en lo más alto una viña que me transmitió un complejo sentimiento de compasión y admiración. Se llama Les Tesses. Allí nos habían preparado una merienda mientras veíamos al sol declinar. Allí capté toda la belleza y el misterio del Priorato.
Pensaba en todo ello mientras leía las palabras de Álvaro Palacios, su búsqueda de un territorio fragmentado con multitud de parcelas de viña vieja de origen monástico, la importancia de la geología y de las condiciones geo climáticas, el “aquí se acaba lo bueno y ahí empieza lo menos bueno”, los nombres de los viñedos: Dofí, Les Terrasses, L´Ermita, la afinidad de las plantas con el entorno, el misterio mágico de ese vino singular…
Y nos cuenta más cosas cuyo cuento intento aplicarme: la predilección por la garnacha, con un punto de cariñena, la cepa en vaso que protege al racimo, el cuidado ecológico, el vino caro, pues sin dinero no hay gran vino, las paradójicas dificultades de la afamada Rioja para vender vino caro…
Pero no es verdad que el mejor vino lo hace la naturaleza. La mejor de las naturalezas posibles sin el cuidado del hombre no produce ni el peor de los vinos. La naturaleza pone el sustento, el hombre la responsabilidad, el deber de percibir, respetar y aflorar toda la grandeza que en ella se encuentra.
La visita al Bierzo se hace de la mano de Ricardo Palacios sobrino de Álvaro. Aquí, nos cuentan, comprar un viñedo es comprar a la vez un mosaico de vegetación cultivada y una parte de bosque, implica respetar una realidad atávica. El territorio y el cultivo están ordenados según las características del suelo, y regidos por la “permacultura” que ordena las fincas con respecto a los usos de los cultivos y a la proximidad de la casa. Las viñas al secano y no inmediatas a la casa porque no es producto de huerta de consumo diario.
Variedades, fundamentalmente la mencía, pero también otras minoritarias de nombres algunos especialmente sugerentes: alicante bouschet, panicarne, estaladiña, caiño, negreda, e incluso algún tempranillo viejo entre las tintas; palomino, valenciana y godello entre las blancas.
Evidentemente en cuanto al cuidado de sus viñedos: Las Lamas, Moncerbal, La Faraona… –esta última recibe el tradicional nombre riojano de la tina de la bodega que mejor vino contenía-, Ricardo hace honor a su estirpe familiar.
“La viña, la variedad, la añada y la mano del hombre”. Ese es el orden de factores para la elaboración de un buen vino.
REINHARD LÖWENSTEIN Bodega Heymann-Löwenstein, Winningen, Mosela. Alemania. “Los vinos del cielo”.
Winningen se ubica en la zona que es conocida como el Bajo Mosela, en los últimos meandros del río antes de alcanzar Coblenza y por tanto su destino final de afluente que es agrandar el Rin.
Es una zona de pizarra, sol escaso y humedad en la que prácticamente solo prospera uva blanca, singularmente Riesling, que genera los vinos blancos más afamados del mundo. Una de mis grandes debilidades menos practicada de lo que debiera. En la lectura encuentro razones que lo justifican; uva y espacio físico transmiten como ninguna y ningún otro aromas y sabores minerales y frutales, los primeros vienen de la tierra de pizarra, los segundos de la piel dorada de las uvas, cuya pruina cerosa es cargada de riqueza por el doble sol lateral de poniente y del reflejo en el río.
Reinhard Löwenstein se considera a sí mismo un modesto viticultor, pero tiene un sentido místico de su trabajo. Este misticismo se remonta a cuatrocientos millones de años atrás cuando se formaron las pizarras de sus tierras, allá en el período Devónico. Y se formó también el sentido del gusto, que la humanidad, nos cuenta, heredó de los peces, ya que fue asimismo en aquel período, cuando estos salieron del mar para asentarse en la tierra como reptiles, guiados precisamente por la boca para adaptarse al nuevo medio.
En cronología más próxima, unos trescientos años arriba abajo, el sentido místico enlaza con los antepasados. Doce generaciones previas le contemplan, entre todas construyeron los bancales y las terrazas insertadas en la pared casi vertical que asciende desde el río, unos ciento cincuenta metros de desnivel, lo que obliga al uso de cuerdas y railes que posibiliten el cultivo, y a buscar alternativas a los turistas que no se atreven a bajar por donde se han atrevido a subir sin mirar atrás.
Por eso el vino es civilización, hacer vino es formar parte de un ciclo, de una cadena que es más larga que tu propia vida. Beber vino es sentir nuestro propio ser, porque al beber, lo bebido ya forma parte de nuestro cuerpo. No busques ni en lo uno ni en lo otro la perfección, que es siempre falsa por artificial, sino la armonía de la humanidad que en sí es imperfecta.
Me prometo a mí mismo que en cuanto pueda debo visitar su bodega, en la que está escrito sobre paredes de cristal el poema de Neruda “Oda al vino”, homenaje a la cultura y al vino como la domesticación de algo salvaje. Sin intención alguna de leerlo –ni posibilidad tampoco ya que está en alemán-, sino la de apreciar el espíritu del bodeguero y el sabor de la caligrafía. Me pregunto cómo sonará en teutón aquello de:
“… El vino
mueve la primavera,
crece como una planta la alegría,
caen muros,
peñascos,
se cierran los abismos,
nace el canto…”
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